La llegada al país del primer avión piloteado por un costarricense

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Hace mas de 80 años llegó al país el primer avión piloteado por un costarricense.

Voló desde San Francisco, California, hasta San José. Su travesía fue seguida, día a día, por la radio, creando una enorme expectativa en el país. El 5 de octubre de 1933, cuando supuestamente llegaría a La Sabana, el Valle Central estaba cerrado por nubes (común en octubre) y tuvo que seguir hasta Limón. Mientras buscaba donde aterrizar, voló por la costa, pero no podía aterrizar sobre la arena mojada debido a la marea alta. Ahí, vio a un hombre caminando por la playa y escribió una nota que decía: “señale con el brazo un campo abierto”. Amarró la nota a una llave inglesa. Pasó volando bajo por la playa y se la tiró. Casi le pega al hombre de la playa, lo cual hubiera sido un desastre para ambos. El hombre señaló hacia una dirección que luego siguió, aterrizando a salvo.


El día siguiente, 6 de octubre de 1933, voló de Limón a San José, donde lo esperaba la multitud más grande que se había congregado en La Sabana en la historia. Llevaron a ese pionero costarricense, Román Macaya Lahmann, en hombros por la avenida central hasta Casa Presidencial, donde lo recibió el Presidente Ricardo Jiménez Oreamuno. Fue un evento histórico en tiempos de los aventureros de la aviación. Solo seis años antes, Charles Lindbergh había cruzado el Atlántico en su monomotor “Espíritu de St. Louis”. En referencia a esa hazaña, Macaya llegó a su país natal a bordo de su monomotor bautizado el “Espíritu Tico”.
Román Macaya Lahmann se crió en California, ya que a la muerte de su padre, en Costa Rica, su madre se lo llevó, con sus cinco hermanos, a Estados Unidos. Allá se apasionó por la aviación y aprendió a volar en tiempos de lo imposible. Después de graduarse de ingeniero de Stanford University, trabajó en Union Pacific Railroad y con sus ahorros compró su primer monomotor. El hangar donde lo guardaba estaba al lado del de Howard Hughes, con quien desarrolló una íntima amistad por la pasión compartida por la aviación y quien estaba al tanto de las aventuras de Macaya. Más adelante le compraría varios aviones para la primera aerolínea aérea costarricense.


El aviador Macaya salió de California en medio de la Gran Depresión y llegó a Costa Rica con “una mano adelante y otra atrás”, pero decidido a crear la primera aerolínea de capital costarricense. ¿Cómo se financió? Con ingenio. Se fue a hablar con los grandes ganaderos de las fincas más alejadas de Guanacaste, tan aisladas que se duraba hasta cinco días para llegar a San José, a caballo hasta el Río Tempisque o el Bebedero, en barco hasta salir al mar para llegar a Puntarenas y luego seguir a San José por tren o carreta.
Macaya les propuso que, si le avalaban un préstamo que solicitaba con el Banco Anglo, él ofrecería servicio aéreo a sus propias fincas, con lo cual podrían transportar productos directo a San José desde su finca en una hora. Cuando ya estaban casi convencidos, agregaba: “también leerán el periódico de hoy, no el de la semana pasada”. Eso terminaba de cerrar el trato y así se capitalizó el proyecto.

Procedió a comprar varios aviones, algunos a su amigo Howard Hughes, y entró en operaciones con la primera línea aérea costarricense llamada Aerovías Nacionales. Cada avión nuevo se inauguraba como si fuera un transatlántico. Aerovías Nacionales llegó a tener más de doce aviones, todos bimotores o trimotores. En tiempos cuando volar era una aventura, Aerovías Nacionales se enfocó en la seguridad, con su lema: “Con dos motores no hay temores”.
Román Macaya Lahmann tuvo un impacto enorme en la industria y los servicios aéreos del país. Ofreció servicio aéreo a 19 puntos, estableciendo conexiones entre las áreas más remotas y la capital. Fue precursor del correo aéreo. Participó en la firma del Convenio de Chicago de 1944 cuando se definieron los protocolos de la aviación civil internacional. Creó e impulsó el servicio aeromecánico. Sobre esto último, vale la pena explicar la necesidad del servicio en Costa Rica en la década de 1930.

Los motores de los aeroplanos de Aerovías Nacionales necesitaban un “overhaul” de mantenimiento cada 50 horas de vuelo. Si uno piensa que un vuelo de San José a Guanacaste duraría una hora de ida y otra de vuelta, se da cuenta de la altísima frecuencia del “overhaul”. En esos años, esto implicaba desarmar el motor, colocar las piezas en latas con aceite, empacar todo en una caja de madera y enviarlo por barco a California para su mantenimiento. Luego regresaban las piezas y se armaba el motor de nuevo, solo para repetir todo en 50 horas de vuelo.

Macaya decidió que esto había que hacerlo en Costa Rica y contrató un equipo de mecánicos, sin experiencia aeronáutica, para formarlos. Los mandó a California para que se capacitaran en los talleres de Hughes, y regresaron a Costa Rica a conformar el primer equipo de mecánica aeronáutica del país con Aerovías Nacionales. Román Macaya les exigía usar uniformes blancos, creando una cultura de limpieza, orden y disciplina. Años más tarde, ese equipo de independizó y comenzó a ofrecer sus servicios a otras aerolíneas, evolucionando a crear la empresa SALA y lo que hoy se conoce como Coopesa.

Ligado a la aviación. Román Macaya Lahmann operó Aerovías Nacionales durante casi una década, luego la vendió a TACA, donde asumió la gerencia general. Sin embargo, aún después de dejar TACA, siempre estuvo ligado a la aviación. En 1955 compró unos bombarderos para don Pepe Figueres y voló un B-18 para bombardear dos veces por día las fuerzas invasoras en la frontera con Nicaragua. El B-18 regresaba lleno de huecos de bala, pero nunca se accidentó. Años más tarde, Román Macaya con más de ochenta años, construyó, con sus propias manos, un “Hang Glider” y se dedicaba a tirarse de la montaña a planear, sin informarle nada a la familia. Ayudó a formar el “Club de Hang Gliders de Costa Rica”.

El aviador Macaya, no solo era un pionero de la aviación, sino también él concursaba en los “National Air Races” en EE.UU. antes de regresar a Costa Rica. Hace más de 80 años este piloto costarricense ya competía con los mejores pilotos de EE.UU. en estos eventos aéreos.
Román Macaya Lahmann, mi abuelo, murió cuando yo tenía 22 años, por lo cual lo disfruté por mucho tiempo y acumulé interminables anécdotas de esos días pioneros de la aviación, que nos contaba todos los fines de semana cuando llegaba a casa a almorzar. En estos tiempos de tanto pesimismo e inoperancia es bueno repasar nuestra historia para convencernos una vez más que una persona puede hacer una enorme diferencia y tener impactos incalculables si combina la pasión, el pragmatismo y la disciplina para hacer cosas que la mayoría dice que no se pueden hacer.

Autor: Román F Macaya Hayes